Cartografía de la ausencia
Dos testimonios de infancias durante el último golpe cívico militar, detrás de la mirada hoy adulta, de las hijas de un desaparecido.
Cuando golpearon la puerta, las hermanas Benavídez abrieron de golpe, sin preguntar quién era.
Luego observaron sorprendidas, desde abajo hacia arriba, a los "señores con armas largas, vestidos de negro".
Después, se sentaron las dos en un sillón, mientras miraban a los militares allanar su casa, darla vuelta, romper todo, golpear las paredes. Tenían 2 y 3 años.
Era la noche del 9 de julio de 1976, en una vivienda ubicada frente a un descampado, en el barrio Santa Rita II.
Lo buscaban a su padre, Daniel Albino Benavídez, trabajador de la Empresa Provincial de la Energía (EPE), militante y delegado gremial, que aún continúa desaparecido.
También buscaban “material subversivo”, entiéndase: libros, poemas, panfletos, lo que un par de horas antes su madre, Elena Ferreguti, había escondido bajo el sillón en el que Paula y Mariana estaban sentadas.
“Como el tema es muy amargo, traigo algo para endulzar” dice Paula. "Un shock de alegría", agrega Mariana y ambas se ríen.
Con una mesa dulce, en un patio cálido lleno de plantas y una tarde casi primaveral, las Benavídez se preparan para contar su historia.
Hoy tienen casi 50 años. Se llevan un año de diferencia, Mariana es la más chica de las dos.
"Recién el domingo pasado hablé por primera vez con mi hijo sobre mi infancia", expresa Paula.
Las historias de niñas y niños con padres víctimas del terrorismo de Estado son muy personales, pero tienen algo que se repite: la ausencia, la crianza con abuelos y abuelas, los cambios de escuela, niños con miradas de adultos sobre la realidad de un país convulsionado.
"Lo esperé a mi papá hasta los 18 años", comenta Paula. "Recordá que en 1982 la consigna de los familiares era aparición con vida. Todavía teníamos la esperanza de hallarlos vivos."
Daniel Albino Benavídez nació en Morteros, se vino a Santa Fe a estudiar Ciencias Económicas. Fue militante de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), trabajador de la EPE, delegado gremial del sindicato Luz y Fuerza y luego integró las filas de Montoneros. En diciembre de 1974 pasó a la clandestinidad y el 1 de octubre de 1977 su familia dejó de tener contacto con él.
"Fue un montón de cosas además de desaparecido", manifiesta Mariana, casi como un reproche. "Fue abanderado, un excelente alumno, músico, un tipo elocuente, buen compañero."
(Más tarde, sin grabación de por medio, dirá que lo que más lamenta es no conocer la parte jodida de su viejo. "Nos quitaron no sólo la oportunidad de tenerlo, sino también la de conocer sus cagadas, lo que no te cuentan los amigos, la familia. Quedan ahí como desaparecidos, con una imagen idealizada".)
Cuando pasó a la clandestinidad, Daniel se separó de Elena y se juntó con Julia Buffa. Con su nueva pareja tuvieron otra hija: Eva. En 1975, cada vez más cercados, escaparon a San Nicolás de los Arroyos, (Buenos Aires) y luego a Villa Constitución. Allí los militares mataron a Julia, Daniel logró escapar y su bebé quedó en manos de la policía, durante un mes. Hasta que la rescató su abuelo Albino y se la llevó a vivir con él a Morteros.
–El abuelo no habló mucho del tema, pero la pasó mal cuando fue a buscar a Eva a la comisaría.
_Ay Mariana. No des tantas vueltas, lo torturaron.
Los besos y la ausencia
“Tengo dos imágenes de las últimas veces que lo vi”, relata Mariana. “Me acuerdo de estar en sus brazos en un ascensor, de esos viejos. Ver la reja negra de hierro y los pisos, ir subiendo uno a uno. También se me viene a la memoria una imagen borrosa en un bar, al atardecer. El sol le daba de espalda, sólo veo su silueta.”
Cuando su padre se separó de su mamá y conformó otra familia, las chicas lo iban a visitar mientras estaba en la clandestinidad. Muchos de los recuerdos que tienen son de Buenos Aires.
“A mí se me viene la imagen del agua en un barquito en Tigre. Ese día no terminó bien, a papá lo estaban siguiendo y yo lloraba mucho, estaba angustiada”, cuenta Paula.
Entre las dos se ayudan a ponerle palabras al horror, como cuando eran chicas.
Rememoran cuando iban en tren y subieron los milicos a realizar una requisa. Mariana los señaló y preguntó en voz alta: “Ma, ¿esos son los señores que lo buscan a papi?”
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El día del allanamiento, llevaron a Elena detenida a la Cárcel de Mujeres. Mariana y Paula quedaron en manos de los militares. Luego, se las entregaron a sus abuelos maternos, que vivían en Santo Tomé.
Los adultos a cargo hicieron una promesa en nombre de las niñas: si liberaban a su madre les cortarían el cabello.
A las tres semanas, Elena recuperó su libertad. Ese día, los abuelos vistieron a las chicas con ropa nueva y las peinaron con dos trenzas largas a cada una. Luego las hicieron posar en una plaza y les sacaron una foto antes de cortárselas.
Por las noches Paula se mudaba a la pieza de Mariana, en el fondo de la vivienda, porque su madre les decía que “podían ametrallar el frente de la casa mientras dormían”.
También les decía cosas como "a los chicos también los llevan a los centros clandestinos" y "en el cementerio hay cráneos de niños con una bala, porque los mataron junto a sus padres".
"Siempre tuvimos noción de lo que pasaba, desde que tengo dos años", explica Paula. “A los cinco ya sabíamos que a la gente la torturaban con picana,conocíamos la cárcel, escuchábamos historias del exilio, sabíamos de la separación de las familias, de los desaparecidos. Crecimos con miedo, con un auto verde siempre estacionado al frente de casa, con una sensación de peligro permanente”, relata la hermana mayor.
“Elena trabajaba todo el día, apenas comía, dormía poco y era perseguida políticamente en su laburo” continúa Paula.
Las chicas crecieron prácticamente solas y se cuidaron entre ellas, aunque a veces la más grande reniegue de que se hizo cargo de la más chica y la más chica reniegue de ese cuidado.
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“De niña jugaba a la oficina y a la mamá, adiviná qué soy ahora” dice Paula sonriendo. “Con Mariana también jugábamos al almacén, al hotel y a la reina", recuerda.
"Hasta nuestros tres o cuatro años, mí viejo aún estaba vivo, moviéndose de manera clandestina, primero en Santa Fe, luego por Villa Constitución y por último Buenos Aires. Algunas navidades o años nuevos y algún que otro cumpleaños, nos llegaban cartas de él, con un seudónimo. La última que recibí decía "por sobre nuestra distancia, con alegría de vivir, pese a todo” relata Mariana.
"El día que papá desapareció nos enteramos porque faltó a una cita”, expresa Paula.
Luego, fue un tema del que se fue dejando de hablar, un silencio incómodo.
La maestra le pide a Paula que dibuje a su familia, la niña le cuenta que su padre no está. “Bueno dibujalo igual, imaginate qué estaría haciendo”, responde la docente.
–Les dicto, escriban: “Señores padres”
–“Yo voy a poner señora mamá”, grita Mariana, que siempre fue la más contestataria de las dos.
“Cuando desapareció papá íbamos a un colegio católico, no podíamos hablar con nadie del tema. Un día me gritaron “tu padre, montonero asesino”. Después nos cambiaron a una escuela pública y a los tres meses, nos volvimos a cambiar de institución”, comenta Paula.
“En la escuela tenía que decir que mi viejo no estaba porque se había separado de mi mamá, igualmente mencionar eso en 1980 era un montón”, explica Mariana.
Cuando tenían 10 y 11 años, llegó David a sus vidas, la nueva pareja de Elena. “Era un sol, muy cálido” dice Mariana. “Nos enseñó a reír”, agrega su hermana.
David fue amigo de Daniel y ambos se conocieron en la Casa del Obrero Estudiante (COE), cuando iban a la facultad. “ Nos llevaba a danza, natación, inglés, nos cocinaba. Bailábamos, hacíamos campamentos, nos leía cuentos. A los dos años falleció y de nuevo la soledad”, relata Paula.
“A los cinco años, tenía la fantasía de irme de mi casa, tomar mi mochila y salir caminando a buscarlo. A los 18 años dije, no lo espero más, papá se murió. Decidí que se había muerto y lo dejé de esperar”, indica Paula.
"Es un duelo eterno ", explica Mariana. “Una conservaba cierta esperanza de que te sorprendiera, que llegara una carta, que golpearan la puerta y sea él.”
“Pero, ¿querés que te adelante algo?: la historia termina bien” agrega su hermana y las dos sonríen.
“Tengo un hijo hermoso, sensible, es artista. Le conté poco sobre mi historia. Es tan doloroso, tan indecible a veces, que preferí no hacerlo. Traté de construir una buena imagen paterna con los pedacitos que tenía y se lo transmití como pude.”
“Si ellos me preguntan, les cuento. Sacha tiene 9 años y sabe que es nieto de desaparecido”, explica Mariana.
“Me quiero quedar con esto: que a pesar del dolor, las ausencias y lo que pasamos, salimos con la capacidad de sobrevivir y ponerle el cuerpo a cualquier situación, una en un ámbito de la vida, la otra en otro, pero sin miedo. Somos sobrevivientes, y no le tenemos miedo a nada” finaliza Paula.