Pascuas en modo transición
El Papa Francisco resiste, reforma y deja su marca. Estas Pascuas en el Vaticano no fueron una más. En medio de un clima interno cargado y con rumores que van y vienen, el Papa Francisco volvió a mostrarse públicamente, más frágil en lo físico, pero con el mismo temple de siempre. A sus 88 años, con una doble neumonía reciente y en plena rehabilitación, el argentino que llegó desde Flores sigue gobernando la Iglesia con una claridad política que incomoda a muchos.
Vestido con ropa sencilla, en silla de ruedas y sin las cánulas de oxígeno pero visiblemente fatigado, Bergoglio se hizo ver en la Basílica de San Pedro rezando en la tumba de Pío X. No fue un acto ceremonial: fue un gesto cargado de mensaje. Porque cuando todos hablan de su posible renuncia, él responde gobernando. Y marcando el rumbo.
Reformas a fondo, conservadores al acecho
Mientras sectores conservadores dentro del Vaticano y fuera de él ya sueñan con un nuevo cónclave, Francisco acelera su agenda de reformas. En lo simbólico, en lo doctrinal, y sobre todo, en lo estructural. Delegó algunas celebraciones de Semana Santa por cuestiones de salud, sí, pero escribió personalmente el Vía Crucis, firmó decretos importantes como el inicio del proceso de beatificación de Gaudí, y restringió prácticas abusivas dentro de la misa como la acumulación de intenciones pagadas.
El Papa no se limita a resistir. Gobierna y reforma.
El poder, en la mira
Desde que fue elegido en 2013, Francisco entendió que si quería cambiar la Iglesia, tenía que tocar el poder. Así nació el concepto de "Iglesia sinodal", más abierta, más democrática, más participativa. En 2023 convocó un Sínodo inédito con participación de laicos, mujeres y no obispos. Puso sobre la mesa temas que eran tabú: diaconado femenino, celibato opcional, bendiciones a parejas LGBT+.
Pero lo más profundo no es qué temas se discuten, sino quiénes los discuten. El Papa amplió la mesa, algo que para muchos sectores conservadores es visto como una bomba al statu quo. Y es ahí donde se encienden las alarmas: no por lo que dice, sino porque permite que otros también digan.
Una Iglesia que escucha… y molesta
Lo que propone Francisco es una redistribución del poder en una institución que durante siglos fue vertical, clerical y masculina. Por eso, algunos sacerdotes directamente rezan por su muerte, como él mismo admitió. Y las resistencias no son pocas, ni suaves: en África, más de 700 obispos rechazaron su apertura hacia las parejas homosexuales. En EE.UU., con apoyo del Partido Republicano y personajes como Steve Bannon, lo acusan de hereje. En Roma, sectores tradicionales lo acusan de intentar cambiar la Iglesia desde adentro.
Preparando el futuro (con los suyos)
Sabiendo que su tiempo es limitado, Francisco no improvisa: designó 136 nuevos cardenales con poder de voto en el próximo cónclave. Representan el 79% del total y la mayoría responde a una visión más abierta y reformista. Además, reforzó la presencia de cardenales de Asia, África y América Latina, ampliando las periferias y bajando el tono europeo del poder.
Incluso colocó a un argentino de confianza, “Tucho” Fernández, al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el organismo más duro y doctrinal del Vaticano. Un puesto que alguna vez ocupó Benedicto XVI, y que ahora está al mando de alguien que piensa con mirada más inclusiva.
¿Alcanzará?
La gran pregunta es si todo esto será suficiente para garantizar que su proyecto siga después de él. Porque el Papa hizo mucho, pero la estructura eclesial sigue siendo resistente al cambio. Sin embargo, logró algo clave: cambiar la narrativa. Hoy se habla de una Iglesia de “puertas abiertas”, de misericordia, de justicia social. Una Iglesia que dice que la propiedad privada no es un derecho absoluto y que la dignidad de los pobres está por encima del mercado.
Y esa mirada, aunque genera aplausos en las periferias del mundo, incomoda a los que siempre manejaron los hilos desde el centro.
El legado sigue vivo… y molesta
Francisco no va a renunciar ahora. Lo dejó claro: “no quiero que la renuncia papal se convierta en moda”. Pero su salud indica que la transición ya empezó. Lo que está en juego no es solo su sucesión, sino si la Iglesia será capaz de sostener el rumbo que él marcó: más inclusión, más periferia, más apertura.
Mientras tanto, este domingo de Pascuas, el Papa no presidió, pero estuvo. No habló, pero dijo. Respira con dificultad, pero el pulso lo mantiene firme.
Y aunque a algunos no les guste, la huella que está dejando, no se borra tan fácil.