El caso de una joven internada en grave estado como consecuencia del abuso de sustancias nos confronta con una realidad alarmante y dolorosa: el creciente impacto de los consumos problemáticos en menores de edad. Esta tragedia, que pone en jaque el futuro de nuestros hijos, nos obliga a reflexionar sobre las responsabilidades compartidas de toda la sociedad.

El consumo de sustancias entre adolescentes no es un fenómeno aislado ni una problemática que pueda resolverse con soluciones simples. Se trata de un problema complejo que involucra factores individuales, familiares, sociales y estructurales. Desde las instituciones educativas hasta las familias, desde los organismos del Estado hasta los medios de comunicación, todos tenemos un rol en la construcción de un entorno que proteja a los más vulnerables.

La prevención debe ser la prioridad. Es urgente intensificar las campañas educativas que no solo informen sobre los riesgos del consumo de sustancias, sino que también promuevan hábitos saludables, fortalezcan la autoestima y fomenten redes de apoyo. Estas iniciativas deben estar diseñadas para llegar a los jóvenes en sus propios espacios, utilizando lenguajes y formatos que sean efectivos y accesibles para ellos.

Pero la responsabilidad no termina ahí. Las familias tienen el desafío de generar un diálogo abierto y sin prejuicios, donde los adolescentes puedan expresar sus inquietudes y sentir que cuentan con apoyo. Los Estados deben garantizar no solo la aplicación de políticas de prevención, sino también el acceso a tratamientos para quienes lo necesiten. Las instituciones educativas deben trabajar de manera conjunta con las familias y los organismos de salud para identificar a tiempo las señales de alarma.

Entender cómo se construye un consumo problemático es importante para enfrentar estos datos alarmantes. “La responsabilidad es de todos; debemos exigir a los políticos que resuelvan estos temas”, expresó días atrás el director del Hospital San Carlos, Paolo Rubio, en los micrófonos de Radio Casilda. Agregó que durante el fin de semana, “los ingresos por intoxicación se acentúan en pacientes entre 15 y 40 años”.

Por último, como sociedad, necesitamos dejar de lado la indiferencia y el juicio moral hacia quienes atraviesan estas situaciones. Cada adolescente que cae en el consumo problemático de drogas es un llamado de atención sobre las falencias de nuestro tejido social. Necesitamos ser una comunidad que acoja, acompañe y brinde segundas oportunidades.

La vida de esta joven que hoy lucha por su salud es una tragedia que nos duele y nos interpela. No podemos permitir que estas historias se repitan. Es tiempo de actuar con compromiso y responsabilidad colectiva, para que nuestros niños y adolescentes crezcan en un entorno más sano, seguro y esperanzador.